Donald Trump ha revivido la "Teoría del loco", una estrategia que usa la imprevisibilidad como arma política. Ha logrado presionar a sus aliados, pero también ha sembrado desconfianza global.

El concepto, inspirado en Richard Nixon durante la Guerra de Vietnam, consiste en hacer creer al enemigo que el líder es tan impredecible que cualquier provocación podría desencadenar una respuesta desproporcionada. Trump ha elevado esa lógica a un nuevo nivel, haciendo de su comportamiento errático una pieza clave de su doctrina exterior.

El ejemplo más reciente ocurrió cuando, tras dar señales de estar abierto a negociaciones con Irán, ordenó un bombardeo. “Tal vez lo haga, tal vez no”, dijo días antes, en una frase que refleja el núcleo de su estilo.

Este enfoque también se ha reflejado en sus relaciones con aliados. Ha menospreciado públicamente a países como Canadá, ha sugerido anexiones como la de Groenlandia y ha puesto en duda compromisos históricos como el artículo 5 de la OTAN, que obliga a los países miembros a defenderse mutuamente.

Aunque muchos ven estas acciones como una amenaza al orden internacional, lo cierto es que la estrategia ha producido resultados concretos: el Reino Unido, por ejemplo, elevó su gasto en defensa al 5% del PIB, seguido por otros miembros de la OTAN, en respuesta a la presión estadounidense.

Sin embargo, hay voces críticas que cuestionan si esta supuesta “imprevisibilidad” es realmente una táctica o simplemente un reflejo de los impulsos del propio Trump, lo que paradójicamente haría su comportamiento más predecible a largo plazo.

Además, la desconfianza sembrada entre los socios tradicionales de EE.UU. podría tener consecuencias duraderas para la diplomacia y la estabilidad global.