Colores e identidad que transforman ciudades: muralismo y arquitectura neoandina en Bolivia Creativa
En El Alto, entre avenidas que desbordan de comercio y la típica neblina de sus mañanas gélidas, se alzan edificios que parecen salidos de un sueño multicolor. Los cholets, con fachadas cargadas de geometrías inspiradas en Tiwanaku y sus salones de fiesta donde la vida comunitaria late con fuerza, se han convertido en un símbolo de la ciudad y de una nueva forma de entender el desarrollo.
En los muros que acompañan esas mismas calles, otro lenguaje visual reclama su espacio. Los murales, entre graffitis, colores vivos y trazos de memoria histórica, narran las luchas, esperanzas y transformaciones de la sociedad boliviana.
Dos mundos, la arquitectura neoandina y el muralismo urbano, confluyen en un mismo debate: ¿cómo la cultura, la identidad y la creatividad pueden convertirse en motores de la economía y de un nuevo proyecto de país?
Con el fin de buscar respuestas y proponer soluciones, este 11 y 12 de septiembre, la joven urbe será la sede del III Foro Internacional de Economía Creativa, un referente de la industria naranja en Bolivia. El evento reunirá a emprendedores, artistas, académicos, gestores culturales,representantes del sector privado y organismos internacionales. El objetivo es impulsar la creatividad como motor de desarrollo económico y social.
Murales que laten en las paredes
En un boliche de El Alto, bajo la luz negra, los colores flúor parecen respirar. Rostros gigantes con gafas reflectantes, dioses transformados en DJ’s y ciudades que se funden con el cosmos estallan en un mural de más de quince metros cuadrados. Este es el primer trabajo 100 % en aerosol de Valeria Kolosh, un viaje de cinco días y una madrugada eterna.
“Este mural brilla… le tengo un cariño brutal, porque me sentí libre, porque fue difícil, porque me empujó más allá”, confiesa la artista. Su relato no es solo una anécdota personal: es también el testimonio de cómo el muralismo boliviano se abre paso como una disciplina que genera identidad, memoria y también economía.
Para la artista plástica Valeria Kolosh, el muralismo es un acto de resistencia y de poder, especialmente en su caso. “En un rubro acaparado por hombres, siendo mujer y aparte maternando, creo que es algo poderoso”, dice mientras repasa las dificultades de abrirse paso en el circuito artístico.
Desde el inicio, Kolosh convirtió sus murales en sustento. “Cuando haces las cosas con amor, con pasión, lo demás viene por añadidura. Lo haces bien y la gente te contrata”.
Cada muro pintado es, al mismo tiempo, un espacio de expresión y una oportunidad de trabajo. Desde bares y restaurantes que apuestan por el arte urbano para atraer públicos, hasta proyectos comunitarios que convierten las calles en galerías abiertas, el muralismo se ha transformado en un componente vital de la economía creativa del país.
Para Kolosh, los murales son mucho más que decoración. “Gracias al mural tenemos memoria histórica… habla respecto a cómo se encuentra la sociedad, le da coyuntura, le da riqueza, identidad turística al país. Eso a veces no se toma en cuenta”.
Sin embargo, no todo es color. Señala que el reto sigue siendo la falta de organización colectiva y de reconocimiento institucional que permita consolidar este sector como un motor sostenible de desarrollo.
Cholets, edificios con Ajayu y seguro económico
Freddy Mamani, quien dio forma al estilo conocido como neoandino o cholet, habla de sus edificios con la convicción de quien los concibió como mucho más que simples estructuras. En su voz se mezcla el orgullo de un arquitecto con la certeza de un hombre que supo escuchar a sus ancestros y plasmar -con creatividad- su identidad en la construcción.
Detrás de las formas llamativas de sus edificios, cargados de raíces ancestrales, trazos tiwanakotas y colores típicos de los textiles andinos, también hay una estrategia económica de vida. No son solo símbolos. En cada cholet conviven el comercio, la comunidad y la fiesta, por medio de locales, salones de eventos y viviendas que generan ingresos permanentes para sus dueños.
“Donde un edificio está construido está una vida asegurada para el futuro del propietario, porque estos edificios generan economía, son autosustentables”, explica.
Pero no quedan ahí, hoy, los cholets son también atracción turística, objeto de estudio académico y símbolo de descolonización estética. “Mi arquitectura no solo democratiza, también trata de descolonizar ese esquema de enseñanza académica colonial que se discursa en nuestras aulas”, afirma Mamani.
En su visión, la economía creativa no es un concepto abstracto, sino una realidad tangible. “Creo que somos parte de esta transformación en los últimos tiempos”, asegura.
Cuando el arte se convierte en economía
El Banco Interamericano de Desarrollo estima que en América Latina la economía creativa o también conocida como “naranja” representa cerca del 4% del PIB regional. Bolivia no escapa a la tendencia, la propuesta se abre paso como una alternativa de desarrollo.
Según datos del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres), en base a datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), cerca del 21% de la población económicamente activa participa en actividades vinculadas a la creatividad y la cultura, aunque la mayoría en condiciones de informalidad.
El Instituto de Progreso Económico Empresarial (IPEE) de Unifranz, entre 2022 y 2023, realizó el Censo de Economía Naranja en Cochabamba. El estudio muestra que la región pasó de ser el granero de Bolivia a albergar nuevos ecosistemas de turismo, salud y educación “for export”.
El censo dio cuenta que el 68% de esta economía naranja es informal, es decir que no tiene el Número de Identificación Tributaria (NIT); un 23% es considerado un emprendimiento formal porque sólo tiene el NIT y no su registro en el Servicio Plurinacional de Registro de Comercio; y el 9% tiene todo en orden. De este universo naranja, el 54% está dedicado a la gastronomía; un 9% a la moda, un 8% a la industria de productos; un 5% a las artesanías; y otros.
El reto, ahora, es transformar expresiones como los cholets y los murales en políticas sostenibles que valoren tanto la identidad como el impacto económico. El foro que se realizará próximamente en El Alto, busca poner sobre la mesa estas experiencias locales que ya están transformando paisajes urbanos y generando ingresos.
Identidad en construcción
Lo que une a Mamani y Kolosh es la certeza de que la cultura no es un accesorio, sino una fuerza capaz de redefinir ciudades. Para el arquitecto, su obra ya es inspiración en todo el mundo, mientras que para la artista, el mural es memoria en tiempo real, un espejo de cómo se encuentra la sociedad, la comunidad.
Ambos, desde lenguajes distintos, coinciden en la misma apuesta: el arte como resistencia, como motor y como camino hacia un futuro que no renuncia a las raíces. En El Alto, entre los brillos de un cholet y la frescura de un mural recién pintado, se revela un mensaje poderoso: la cultura no solo decora la ciudad, la construye.
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